Brasil y Argentina son buenos para el fútbol. El Caribe lo es para la música. Los peruanos, para cocinar, dice el chef Rodolfo Tafur, según quien el mayor ingrediente en su ya mundialmente famosa gastronomía es el cariño.
Gestada al calor del fogón familiar, la gastronomía peruana ha saltado a las grandes ligas y tiene tres de sus restaurantes en la prestigiosa lista 50 Best. Uno de ellos, el Central, está incluso en el cuarto lugar y desarrolla una cocina de autor.
No obstante, el peruano de a pie sigue prefiriendo el "huarique", aquel lugar sin publicidad, donde se rinde culto al buen comer, de forma abundante, a precios democráticos y que todo barrio tiene.
Carapulca (papa seca guisada con cerdo, ajíes locales y especias), un hirviente caldo de gallina (con fideos, papa amarilla que se deshace, jengibre, huevos duros y una gigantesca presa), hígado frito de res con yuca (mandioca) o un cerro de arroz con mariscos -sazonado con salsa de soja, salsa de ostras y flambeado en un wok oriental- son devorados con fruición en los pequeños negocios.
"Cuando un peruano se sienta en la mesa, no ve un plato, ve cariño. Para el peruano, la comida es cariño, y el cariño se da en abundancia. Es algo que aprenden en casa", dice Tafur, chef e investigador gastronómico de la Universidad Ricardo Palma.
Un detalle que los extranjeros que comen en Perú resaltan, es la abundancia de los platos. "Aquí, comer bien no sólo es comer rico, sino bastante", comenta la brasileña Viviane Naves, que confiesa haber sido observada con asombro por no terminar lo que le sirven.
"¿Para qué somos buenos los peruanos? No vamos a ganar una Copa del Mundo, pero para cocinar, allí sí. Cocinar aquí no es sólo mezclar siete ingredientes bajo una técnica de cocción, sino colocarle un elemento importante: cariño por quien va a comer el plato", dice Tafur